¿Cómo hablar sobre nuestros desengaños colectivos a pesar de la fuerza de los hechos en el recorrido a la “felicidad” o del retroceso de nuestra identidad colectiva e individual? ¿Cómo decir, que quien nos condena una y otra vez a no ser libres, es nuestra indiferencia?
¿Cómo hacer entender que autodisciplina no es una intención, sino una forma de comportamiento ordenada, no impuesta por otros, en la que enfocamos nuestros esfuerzos en conseguir un fin?
La esperanza empañada en esta década por la experiencia improvisada, requiere de un esfuerzo sostenido por años. De acostumbrarnos a tantos errores, transitamos el camino del arreglo sin argumentos.
¿Hemos luchado desde agosto de 1498 por la libertad para terminar siendo sometidos? ¿Cual es el remedio de nuestros males? ¡Que desorden! ¡Que de sombras! Hay que desterrar a la desesperanza que nos acosa y ejecutar un plan maestro estricto donde no intervenga el azar, sino el recurso humano dispuesto y capacitado para ello. ¿Hasta cuándo vamos a estar sumergidos en un perpetuo estado de crisis?
La ignorancia habla con preocupación verdadera y con propósito de enmienda, que tal vez tenga que ver con nuestra cultura; convencida de que no podemos hacerlo a menos que haya un golpe de suerte
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Nuestros juicios de espectadores de otro planeta, nos hacen inventar definiciones acerca de nosotros mismos; ofensivas, alegres, de inocencia, pero con un denominador común que es la desidia. Dudamos de nuestra especie y no creemos en nosotros mismos.
¡Que desconcierto!