El sol bajo a la tierra y la quemo. Mientras pudo, el planeta lloro hasta que la intensidad del fuego lo seco. Los pies dejaron de correr, el pelo se achicharro y siendo muy tarde para arrepentirse, el hombre inspirado por el suplicio lanzo un grito desde la parte inferior de su abdomen que nunca fue escuchado.
No aparecieron las figuras del fin; ni ángeles, ni Dios. La ejecución de la tierra fue el resultado de una reacción de equilibrio del Universo todo.
En 93.000 millones de años luz de extensión no fuimos capaces de evitarlo. La geometría del universo es exacta en su expansión y nunca regresa.
Antes de ese tiempo, los habitantes ya sabiéndose perdidos y con el rostro lacrimoso empezaron a tener fe –por si acaso- en algo que hasta ese día solo era la representación de lo imposible y no se equivocaron, “imposible es”.
Nos robamos la vida cuando saqueamos el pensamiento, y solo hasta ese día, pudimos ver el horizonte. Al crear las sombras, desencadenamos esa enorme herida, ese chorro de sangre, que el Universo solo pudo cauterizar con fuego, dejando bajar al Sol.