Lo propio de una Asamblea Nacional democrática es el debate, la polémica, la crítica, el sarcasmo, la ironía, incluso en ocasiones los malos modales, porque allí se enfrentan intereses sociales contrapuestos y visiones diferentes de lo que puede ser mejor para la colectividad. La unanimidad en ese foro es sospechosa de falta de libertad, salvo cuando se refiere a cuestiones esenciales del mantenimiento del sistema democrático mismo. También debería ser el espacio público en que se demostrase la disposición esencialmente democrática de la persona educada para convivir, es decir, la de resultar tan capaz de ser persuadido como de persuadir. ¡Qué magnífico sería escuchar a un asambleísta, dirigiéndose a su adversario: “Me has convencido. Cambio el sentido de mi voto”! Pero aún no se ha llegado a tanto… ¿ocurrirá?