
Desde mi solitario momento, y sobre el mismo cerro perdido, todos los días mis ojos contemplan como se despliega la llanura. Sin embargo, la imagen de ahora, «es una sombra invisible».
Por allí, por donde se levanta el sol hay una tiniebla que baña la inmensidad, que se proyecta en todas partes, y que no deja ver el agua del embalse. Esa sombra que separa dos infinitos ejerce una fuerza desesperada, no concede treguas y ha perdido la sindéresis, si es que alguna vez la tuvo. Encontrarme delante de esta realidad que perdió su color, su verdad, su frescura, y que huele ha podrido; es un hecho.
Cuentan que temblando desde la mañana hasta la noche, el silencio, justificaba el castigo absoluto de la profunda realidad. En ese mismo instante, y de repente, se me hizo claro lo que yo tenía que esperar: un infinito de incertidumbres, que después, cabrían en mis pertenencias.
La revelación de « la sombra invisible» es aplastante, exige demasiada honestidad y una “luz que sea alumbrante”, que sea exactamente lo buscábamos.