Abre los ojos y deja de rendir culto al secreto. La vida auténtica no posee horas extrañas y nunca deja transformar la verdad en misterio. El silencio que no llena al pensamiento profundo, si atemoriza y obliga a quien desobedece lo prohibido, a no revelar el secreto oculto en la penumbra de la reverencia.
Cubriéndose el rostro con las manos, la gente ya no se cree la historia, y el mutismo se ha convertido en pregón. El poder ignoto de la verdad no se arrodilla, y el silencio termina haciéndote saber lo que no te puede decir.