El día en que comprendió, confundido y haciendo ademanes torpes no pudo decir nada más. Estupefacto, no salía de su asombro ante esa violencia que no admite replica y fue cuando tuvo la certeza de que había perdido el horizonte. A sabiendas de que la torpeza y la falta de conocimiento harían que tampoco lo quisieran ver por allí, decidió que llegando hasta tal o hasta cual otra orilla… iría y vendría, tornando siempre sin lograr nada claro, mientras que la contraposición constataba que el secreto yacía en otro lugar.
Cuando se percató que ahora era el pueblo quien lo miraba mal y de soslayo, fue demasiado tarde. Se acercaban a donde quiera que estuviese y le espetaban en la cara: “¡ladrón!”