sábado, 19 de abril de 2014

Con tus propias palabras y «cueste lo que cueste».

Escucho y veo abrumado por la ira, de qué modo estando en el poder u oponiéndose a él, unos pocos determinan nuestro destino. No consigo aceptar que nuestra existencia dependa de ellos, de sus caprichos, de sus iniciativas o de sus arbitrariedades, y que asi, cambien el curso de las cosas y el destino de las mayorías. ¿Qué somos? ¿Borregos impotentes? ¿Material de relleno? ¿Sirve de algo esta lucha que la realidad cotidiana desmiente?

Los hechos que nadie puede controlar, y los juicios a los que todos pueden replicar se conocen en el mismo instante de su acontecer. Se difunden, se interpretan, y se discuten en caliente. Gracias a la tecnología vivimos al instante el devenir y lo guardamos como testimonio en sus memorias. Tenemos suficientes ojos, oídos, y cerebro para ver, oír y comprender, como es que esta carcoma se ha infiltrado en la madera de nuestra historia.

Necesitamos información útil que haga pensar a la gente, que toque la verdad y que descubra que no hay ni siquiera un criterio selectivo que justifique tanto poder; porque quienes determinan nuestro destino no son mejores que nosotros, no son más inteligentes, ni más fuertes, ni más iluminados que nosotros. En todo caso, más emprendedores, ambiciosos y…corruptos.

Ese poder por el cual unos hombres o unas mujeres se sienten investidos del derecho a mandar sobre los demás y castigarlos si no obedecen, hay que someterlo, regularlo efectivamente para que deje de ser inhumano y corrompido. Es trágico que necesitemos de una autoridad que nos gobierne, de un jefe, del que nunca sabemos dónde comienza y termina su poder, y al que hasta ahora no hemos sabido controlar. La única cosa segura es que nos matan la libertad. Ésta es la más amarga demostración de que la libertad no existe en absoluto, no ha existido nunca y no puede existir; aunque hay que comportarse como si existiera y buscarla. «Cueste lo que cueste».

in memoriam O F