No logramos, según parece -ya que solo entre pareceres vivimos- sorprendernos de nada. Ya no nos cabe en la
cabeza que las cosas puedan cambiar, pues advertidos del defecto no sabemos
corregirlo, y más que dispuestos
aceptamos que la derrota es una de las caras que puede tomar la vida.
Como todo es imposible, esta se
nos congela en el tiempo que se hace
lento e infinito, aunque soñemos con que
pronto todas las cosas se pondrán al revés, y que cobrarán el sentido, cuando hagamos de ella la aspiración a no
renunciar a nada.
Ese libro abierto del cual nadie sabe quién es el autor, es el vigilante que nos alerta cuando estamos
próximos: « ¡Cuidado que lo hacen mal! » Mientras tanto el
paisaje es el mismo: sometidos en la penumbra, casi olvidados por los otros,
esto no es irreal ni imperceptible, ¡es asi!
Vivimos entre una segunda distancia y la ausencia, que es un exilio
interior y no simplemente un no estar;
mientras la monotonía de los que entraron por el carril hace que fracasen errando dócilmente. Esto es
inevitable, estamos atrapados entre la incompetencia y la frustración que giran
en redondo….
¿Dónde está nuestro yo profundo? ¿Dónde está la fuerza de aquellos que fueron patriotas antes de haber creado la patria,
revolucionarios antes de haber proclamado la independencia, y demócratas antes de establecer la
Republica?