En las tierras invisibles, los días y las noches son cóncavos. Es imposible medir el tiempo que se desdibuja en lo inmediato del espacio. La historia se pierde en innumerables imprecisiones y la pobreza es traducible en ira.
El lenguaje solitario que ya no alcanzamos a descifrar, nos convierte en piedras insociables de miradas flageladas en el encuentro. Asombran la cercanía del silencio creciente y esa lejanía ausente de pueblo que intimida. Señalamos al horizonte como el río indica al mar, y ya nadie sabe de más cosas que de “resignadas quejas largas” ¿encogidos de hombros sin asombro y con costumbre?
Los indiferentes se exaltan trabándoseles las palabras al tratar de disipar la vileza que infligen con esa actitud. ¿Quién se atreverá a condenar al último sol? Otra vez, lo único y semejante ha persistido,…las palabras se igualan a la pobreza…